lunes, 2 de noviembre de 2009

17- Un año azul - CRISANTEMO HELADO


Hacía cuatro meses que estábamos en Berlín viviendo, para celebrarlo le compré un ramo de crisantemos blancos para animarla. La veía reservada más de lo normal e incomoda como si la decisión de marcharnos a Berlín hubiese sido un gravísimo error. Quería remediarlo, intuía que se sentía sola además de no acostumbrarse a un clima tan opuesto al de Barcelona.
Era el primer día de la temporada invernal que nevaba, los copos volaban etéreamente por la ciudad gris. Me sentía alegre paseando entre aquella maraña blanca que poco a poco se depositaba en el mobiliario urbano o en las pequeñas botellas de alcohol que había en cualquier parte. No había nadie por las calles y los que habían se paraban en alguna parada de pequeñas cafeterías bajo los puentes de los raíles del metro para tomar un café aguado bien caliente.
Subí por las escaleras silbando alguna canción banal, cuando entré al apartamento la ví sentada delante del ordenador, iluminada por un halo blanco que venía de la pantalla vacía, sin ningún contenido, sin ningún texto. Como de costumbre la besé en el cuello, no recibí ninguna respuesta.
Miró las flores de una forma pesada, torpe pero al mismo tiempo cortante y distante. Hubo un silencio angustioso y puntualizó:
- En el Japón los crisantemos es símbolo de vida, en España es todo lo contrario.
Giró su mirada a la ventana, de odio laberíntico hacia ella, hacia mi y hacia la ciudad, donde el cielo se desplomaba.

miércoles, 7 de octubre de 2009

16- Un año azul - BLUE CHERRY


Foto de David Hernandez

El mundo salvaje de los sueños se mezclaba sin compasión con la fría y rutinaria realidad.
A menudo caminaba tranquilamente sin rumbo alguno y entraba en algún museo de la isla o en alguna galería de arte moderno y me quedaba embelesada ante un cuadro o leía sin parar algún libro clásico en alguna cafetería lo más lejos posible de casa, pasando las horas sin darme cuenta. Aquella tarde paseé por el barrio de Mitte precisamente por Tucholskystrasse y me topé con una galería con el rótulo en inglés; “Pool Gallery”. Entré a curiosear. La exposición era sobre retratos de rostros de adolescentes japonesas, cuadros hechos en tinta china y bolígrafo con un resultado semejante a los graffitis y stickers que se podían ver en las paredes de Berlín pero en este caso en papel bien enmarcado. Me entusiasmó los colores, la forma y sobretodo su simplicidad. Cuando miré el móvil y vi lo tarde que era intenté marcharme sin darme cuenta que hacía bastante rato una chica de rostro oriental me estaba explicando en un perfecto inglés sus cuadros. Salí sin despedirme de ella y fui directa al metro.
El piso estaba dentro de la oscuridad y él, mi compañero, aún no había llegado. Sólo presenciaba los ojos verdes fluorescentes de Blue Cherry, la gata que nos había dejado por una larga temporada nuestra vecina Veronika. Encendí las luces y me preparé un té rojo. La música de la sinfonía quinta de Schubert, el humo de la taza y alguna vela que había encendido en el comedor formaban un espectáculo agradable, dulce, plenamente de ensueño invernal. Miraba atentamente la sombra de la gata como se acercaba hasta que saltó a la mesa y tiró la taza de té y las velas por el suelo. Su cuerpo se erizó enseñando todos sus dientes. Bufaba como el viento que trae tormenta. Mi mano quería acariciarlo y fue entonces cuando se abalanzó hacia mi cara arañándola. Corrí asustada hacía la puerta y bajé a la calle donde ya era fría noche y mi sombra aumentaba en las paredes de la ciudad.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

15- Un año azul - OTRO HOMBRE




En los minutos en que mi cuerpo llegaba a rajarse de placer mientras él continuaba con los movimientos espásmicos dentro de mi interior, me perdía entre el follaje de nuestros jadeos. Lo miraba fijamente, su rostro y facciones desaparecían o mejor dicho se perdían entre el sudor y las lágrimas. Y era otro que aparecía encima mío haciéndome el amor. Era otro hombre que me hacía doblegar entre sus enormes manos y otro hombre el que me besaba. Otra cara brutalmente sensual explotaba en mi retina susurrando continuamente mi nombre y confundiéndome entre las sombras de la habitación. Era ese hombre imaginario salido de mi oscuro interior el que me daba placer a mis sentidos y que me emborrachaba.
Cuando los movimientos paraban en una seca ejecución de muerte por parte de mi compañero, la magia desaparecía y aquel rostro masculino que tanto anhelaba se difuminaba surgiendo la vulgar cara de cada día. Me levantaba empapada de sudor dejándolo durmiendo con sus sueños ordinarios y comunes y me iba al cuarto de baño. Las gotas frías que salían de la ducha me limpiaba la mancha blanca que siempre me dejaba sin imaginación, con crudeza convencional en mi pelo púvico.
El vaho formaba una ligera neblina en el baño empañando el espejo. Mi mano arrugada lo limpiaba y era entonces que veía su rostro desnudo de aquel hombre que en mi imaginación me había hecho el amor.

14- Un año azul - WEINMEISTERSTRASSE



Deseaba ardientemente besar a otra mujer. Quería que mis dedos acariciasen y dibujasen los contornos de otros labios carnosos que no fuesen los mismos de todos los días. Soñaba en saborear la boca de alguna extraña, conocida o amiga. Anhelaba con todas las fuerzas ver otra expresión entre las sabanas, otra risa después de hacer el amor, otros ojos que vieran el mundo diferente. En definitiva quería un aire fresco al asfixiante y neblinoso mundo que me rodeaba en aquel piso matrimonial que siempre me esperaba como un nicho al este de Berlín.
La confusión comenzó a invadir todo mi cuerpo cuando empecé a plantearme todas esas cuestiones. Mi cabeza giraba a surgir las fantasías amorosas con otras mujeres como si fueran hongos cuando nacen en otoño en la madera negra y quemada. Surgieron dudas punzantes que iban sangrando poco a poco mi corazón ya que me planteaba si lo que pensaba era correcto o no.
Cada sábado por la tarde cuando tomábamos chai en la cafetería Lucia en Oranienstrasse con Veronika, nuestra vecina. Su voz y sus ojos me embriagaban volviéndome loco de deseos de poseerla en ese mismo instante.
Fue un viernes que la llamé para que me acompañara a hacer unas gestiones en la zona de Potsdamerplatz, una excusa para verla otra vez y escapar, sobre todo escapar de la cárcel de la convivencia con mi compañera. Viajando en aquellos vagones amarillos comencé a observar a aquella chica de rasgos orientales que leía una versión alemana de Rayuela. Su pelo negro lánguidamente caía en cascada por su vestido rojo lo cual sentí un ligero escalofrío en mis venas. Las paradas pasaban sin darme cuenta entrando gente y saliendo, mi mirada estaba centrada en aquel rostro femenino. Hasta que sus ojos se cruzaron con los míos y como un disparo quemó mi mirada. Salí exaltado a la estación Weinmeisterstrasse, aquella chicha también. En ese momento comenzó otra vida, una vida paralela. La cita con Veronika, nunca llegó.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

13- Un año azul - VIDAS AJENAS

"La mujer de al lado" de Truffaut.

Siempre me miraba fijamente, algunas veces con odio como si tuviese ganas de estrangularme con sus manos y otras con impotencia como si yo fuera un complejo juego matemático.
Yo también lo miraba o más bien lo observaba, su físico menos grácil y más mórbido que al principio de nuestra relación, sus repetidos gestos y las pequeñas coreas que al principio eran graciosas pero después se volvieron en repulsivas coreografías físicas.
El cansancio de estar frente a él, de su presencia me ponía nerviosa y al final me daba asco vivir bajo el mismo techo pesado.
Todo el amor desapareció y no quedó odio en mi interior sino angustia, hastío y aburrimiento cuando pasaba las horas con él en aquel pequeño apartamento de Berlín a las orillas de río Spree.
No había conversación alguna ¿Para qué? ¿Qué nos íbamos a decir? Si ya nos habíamos dicho todo, sólo quedaba el silencio desértico entre nuestros corazones helados.
Nos pasábamos las noches enteras delante de la televisión viendo vidas ajenas para no ver nuestra negra y desastrosa vida.

martes, 22 de septiembre de 2009

12- Un año azul - MIS LÁGRIMAS SOBRE TU IMAGEN




El día que me dijo adiós, el día que ella se fue y cerró la puerta y enigmáticamente desapreció de nuestras vidas, mi percepción de todo cambió, el mundo se transformó. En mi retina un velo obscuro envolvió su rostro de quien fue mi compañera sentimental. Sólo ví negritud en mis recuerdos y odio. El odio se escanció por mi corazón y mi mente. Comencé a maldecirla y sobretodo me invadió un sentimiento de rabia por las horas, tiempo, silencios y libertad perdidos con ella.
La llamé de forma constante día y noche y su voz quebrada pero al mismo tiempo dulce te ofrecía dejarle un mensaje en su buzón de voz. Le exigía explicaciones por su abandono silencioso, le rogaba entre lágrimas de desespero que volviese a mi lado, le amenacé de matarla y vejarla delante de todos por el daño que me estaba produciendo.
Gritaba solo.
Lloraba.
El insomnio me invadió en las noches nevadas de una ciudad que ya no tenía sentido sin los proyectos de pareja.
Nunca hubo respuesta a mis mensajes dejados en su móvil.
Al final las tijeras hacía de guillotina en su cabeza en todas las fotos que encontré en los marcos y cajones. En el ordenador comencé a borrar aquellas fotos que estábamos los dos abrazados, besándonos, felices antes que viniera la estación del infierno. Mi dedo con ira y con fuerza apretaba la tecla de anular las imágenes almacenadas en el móvil. Quería destruirla por completo de mi ser.
Bajé deprisa al escampado que había al lado del bloque. Rocié con gasolina la única prenda que se había dejado en casa, un vestido amarillo de segunda mano. Las llamas ardían y mis lágrimas no podían sofocarlas.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

11- Un año azul - OTRO MUNDO



Los fines de semana por la mañana nos quedábamos en la cama escuchando canciones de Antony and the Johnsons. La voz del cantante era quebradiza de melancólicas historias que nos transportaban otra vez a nuestros sueños recientes. Me levantaba y hacía té negro para despertarnos totalmente. Ella se acurrucaba entre la almohada y el edredón blanco y miraba a un punto fijo, al vacío como un animal encerrado en una habitación gris y fría. Pequeñas gotas surgían de sus ojos acumulándose en ellos y al final difuminándolos. Esto siempre pasaba cuando escuchaba la canción “Another world”
- Me gustaría irme de Berlín. Vivir otra vez en Barcelona, pasear por la playa, sentir el calor. – Decía con voz opaca.
Lo que pedía a voces era vivir en otro mundo donde no se asfixiase, donde fuera libre de su infierno interno.

10- Un año azul - PIEDRAS





Malhumorada me di cuenta de que lo importante no era estar allá donde todos están y donde todos querrían estar o donde ellos quieren que estés sino donde tú quieres estar. ¿ Dónde hay felicidad? ¿Pero hay felicidad donde hay tanta piedra? Me torturaba pensando donde podía encontrar la felicidad o un instante de la felicidad. Hacía tiempo que sabía que no era el triunfo como antaño pensaba. Hasta que asustada me di cuenta de que la felicidad es un recuerdo vago de un momento dulce de tu vida. Así que me levanté despacio al descubrir la gran verdad o la gran desgracia del hombre y llorando hice mi maleta para no volver jamás. Para adentrarme en los placeres carnales ya que éstos se disfrutan en el mismo momento y no hace falta contemplar con benevolencia dichos recuerdos.

martes, 8 de septiembre de 2009

- Un año azul - VOLAR SOBRE BARCELONA

9- Un año azul - VOLAR SOBRE BERLÍN



Me sentía por dentro rota.
Mis sueños ya no se iban a cumplir ni a realizarse.
Era demasiado mayor para volar, para ser un pájaro, planear por los cielos grises de Berlín o los cielos turquesas de Barcelona.
En cualquier ciudad me sentía como una extraña y en mi mente una extranjera. Dejé de hablar, de soñar y de escribir. Y me encerré en mis pensamientos más oscuros , extraños y laberínticos para evadirme del fracaso de no poder volar.

8- Un año azul - OBERBAUMBRUKE



Nos soportábamos ya que sabíamos que estar juntos era evitar la soledad. Aunque cuando estábamos en casa uno intentaba crear su propio espacio vital y rehuíamos el contacto dialéctico, visual y físico del otro.
Alrededor de las cinco de la tarde daba un golpazo a la puerta del apartamento y salía corriendo hasta llegar al puente rojo con trenes de vagones amarillos pasando por encima; Oberbaumbrüke.
Tanta soledad sin hablar con nadie sólo con sus libros, con sus pensamientos y voces interiores. Tanta soledad era una náufraga dentro de una ciudad de millones de personas.

martes, 1 de septiembre de 2009

7- Un año azul - LA CASA MISTERIOSA




A media noche sus ojos se abrían a nuestra realidad. Ella jadeaba, había caminado por los tortuosos y borrascosos caminos de las pesadillas más oscuras de su ser. Aunque su piel estaba sudosa se tapaba con el edredón como si aquellas imágenes que había visto en sueños le había dejado helada. Me miraba fijamente y entonces cerraba los ojos para volver a dormir. Acariciaba su cabellera negra hasta que también me zambullía en mis sueños.
Por la mañana mientras desayunábamos en la cocina, me explicaba sus sueños. Con voz grave los relataba, con precisión casi científica.
Eran siempre los mismos escenarios, los mismos personajes y situaciones donde ella se perdía en la casa materna amueblada con estilo sobrio y dictatorial. Armarios, mesas y sillas de madera que habían sido adquiridos después de la guerra. Adornados desordenadamente con jarrones de colores neutros, figuras religiosas, copas de cristal y lo que más destacaba eran roedores y pájaros de bosques perfectamente taxidermizados mirando de forma inerte a la dueña de los sueños. Llorando por no haber encontrado alguna mirada humana y cálida se sentaba como una niña en el suelo y de repente los insectos momificados de los cuadros la atacaban hasta que sus ojos se abrían en medio de la noche con la respiración entrecortada.

domingo, 30 de agosto de 2009

6- Un año azul - PASAPORTE AL INFIERNO


Vista de la Torre Agbar en Barcelona con Niebla

La niebla ya era habitual en nuestras vidas.
- Me han propuesto trabajar en Berlín. Creo que nos irá bien marchar de aquí. Ver otros mundos que no sean estas cuatro paredes con la dichosa vistas de la calle y la construcciones de los modernos rascacielos que nos acotan la vista al mar.
Sonríes. Eso significa que iremos a Berlín. ¡ Aunque te advierto que va a ser duro los inviernos !
Los abrazos de las últimas oportunidades son tiernos porque se piensa que se escapa del pasado y estamos llenos de esperanzas, aunque sabemos que siempre estamos encadenados a los recuerdos y la esperanza puede ser un túnel sin salida por los demonios que llevamos dentro.

- Un año azul- GRAFFITIS EN BERLÍN



Los muros ahora son pintados por artistas. En Shlessichestrasse en Berlín.

5- Un año azul - CORAZÓN DE HIELO


Schelssishestrasse nevado con graffittis de blublu.org, foto sacada de innerselves.wordpress.com


Las pocas veces que mostraba su estado anímico, era la rabia que se le acumulaba en los músculos de su rostro tensándolos de tal forma que sus venas rojas azuladas se acentuaban. Sus manos se engarrotaban y la uñas de los dedos como alfileres se clavaban en la carne de sus piernas de color blanquecino formando pequeñas heridas.
No gritaba, no decía nada. Sólo estaba en silencio sentada como un bloque de hielo. Quieta como una foto congelada a punto de quemarse en mis manos.
Sus ojos me miraban fijos como flechas a punto de disparase como si yo fuera el problema de su frustración por no haber llegado a la meta, como si yo fuera el culpable de nuestras míseras vidas, como si yo fuera el culpable de la esterilidad creativa. Pequeñas lágrimas secas surgían desplegándose por los pómulos. Ojos que no llorban de pena, de lástima o dolor sino de la cólera contenida.
Me levantaba del sillón y me iba del pequeño apartamento cerrando cuidadosamente la puerta. Entonces intentaba pasear por Schlessischestrasse hasta llegar Tretowerpark nevado, lleno de árboles desnudos.

4- Un año azul- BUNKER



Su mirada caía al suelo como los pétalos de una flor marchita. Ella observaba sus píes caminando por las calles de Kreuzberg como si algún día de la tierra apareciera todas las respuestas a sus preguntas.
Fumando miraba a través de la ventana de nuestro apartamento aparentando una ancha tranquilidad sobre nuestra relación muerta y su retina se acostumbraba a la ciudad gélida y a nuestros silencios tortuosos.
Llegué a odiarla como ella a mí.
Y como si fuera un bunker fui imposible de adentrarme a sus pensamientos y a las sombras de su miedos.
La indiferencia entre nosotros llenó todos los rincones, cualquier situación de ambos nos daba igual, lo máximo que llegábamos a sentir era una cierta apatía. Y como un matrimonio de ancianos cansados el uno del otro en las comidas ya no nos mirábamos sólo veíamos la realidad evasiva que nos daba la televisión.




domingo, 23 de agosto de 2009

3- Un año azul- EL ÚLTIMO BESO



Paseando por Alexanderplatz nos dimos un beso; el último.
El frío de septiembre nos cortaba los labios. La besaba apasionadamente cruzando los tranvías amarillos por nuestro lado.
Ella quieta mirándome quedamente como una estatua helada de mármol mientras nuestros labios sangraban de dolor.

martes, 18 de agosto de 2009

2- Un año azul -ENREDADO EN LAS IMÁGENES DEL PASADO




Me acuerdo como si fuera hoy del perfume en su vestido rojo, del aroma que desprendía su piel. También de las manchas circulares que dejaba su taza de té diario en los periódicos matutinos y como se abanicaba poéticamente mientras miraba plácidamente el atardecer canicular.
De forma violenta tengo que asumir que ella no está a mi lado. Que se fue sin despidos, ni besos, sin emociones tal como era ella.

domingo, 16 de agosto de 2009

1- Un año azul - EL TOCADOR DE SADE







Harta y hastiada de este mundo lo abandonó. Dejando de hablar a su familia y a sus amigos. Fue entonces cuando se adentró en los salones del placer y deleite del perfume carnal.

RASCACIELOS DORADOS



VISTAS DESDE LOS RASCACIELOS DORADOS




Cada día iba al trabajo. Administrativo en una empresa de telecomunicaciones, pasando ocho horas aburridas ante un ordenador blanco de pantalla luminosa. Al llegar a casa ya tarde cenaba un bocadillo de queso prefabricado y veía la televisión con mi gato. Después me sentaba en el balcón y estaba unos minutos mirando el mar, el cielo y como las tonalidades amarillas del sol de desvanecían por las montañas. Cuando estaba ya cansado cerraba la persiana y me iba a la cama esperando otro día de oficinista apático.
Aquel día estaba eufórico, había quedado el fín de semana con Poline para ir a al playa. Iba en el metro mirando la luces de las paradas y del túnel como si fueran estrellas fugaces concordes con mi felicidad. Comí, ví la televisión y después me quedé parado ante el azul fluorescente que abarcaba toda la ciudad. Sonreía por aquellos minutos de gloria y belleza que presenciaba mis ojos. Cerré la persiana, los ojos y esperé al día siguiente para ir con Poline por la playa, acariciarla y besarla.
Abrí el balcón por la mañana y mi gran sorpresa fue que el paisaje visto cada día se había convertido en una mole de rascacielos que como un muro tapaba las vistas a la playa, a la tierra y el cielo. Los grandes edificios grises formaban una gran sombra en toda mi casa e inmediatamente cerré el balcón.
Presencié un vacío enorme en mi interior de hombre de vida moderna.

AMNESIA - TRILOGIA, Atrapado entre las cuerdas de una guitarra





AMNESIA


Si podía Daniel iba siempre con la bicicleta después del trabajo, intentaba no coger el metro ni el taxi. Pero aquel día comenzó justo a llover a la hora de salir de aquel moderno rascacielos rojo que parecía una llama hecha de papiroflexia. Todos los oficinistas con sus uniformes de camisa azul iban a la boca del metro, la línea roja. En hora punta, en los vagones escaseaban los espacios vitales y los pasajeros se acumulaban como un ganado porcino sudoroso después de las horas de esclavitud en trabajos nada satisfactorios. Daniel odiaba tener su rostro al lado de otros y sentir la respiración, el jadeo y el aliento de aquellos seres que no conocía y que sólo los vería en un pequeño espacio de tiempo y después desaparecían de su vida para no volver jamás.
Subió a un taxi en la Plaza Europa. Aquella tarde no debía volver a su trabajo.
La lluvia le acompañó por toda la ciudad. Cuando Daniel ya llegó a su casa sopló de alivio y se descalzó, lanzando bien lejos los zapatos. Subió las persianas y miró como el cielo se iba volcando en un tapiz blanquecino y las nubes iban desapareciendo rápidamente. Un viento ligero sacudía las hojas verdes de los árboles. A lo lejos sin darle importancia estaba un enorme edificio antiguo de justicia y a su lado el Arco de Triunfo formado por ladrillos rojos.
Abrió la nevera, sacó una jarra de limonada. Después encendió la televisión. La presentadora hablaba del presidente de Estados Unidos. Después de beber el zumo, el vaso se quedó vacío y sólo sonaban los cubitos de hielo chocando entre ellos. Los ojos de Daniel continuaban mirando aquella muchacha de forma apática como leía una noticia que dentro de una semana ya sería historia y estaría archivada en las hemerotecas. Apagó la televisión quedando en fundido negro y un silencio gélido se generó en toda la casa.
No quería comer nada sólo estar sentado en el sillón leyendo el libro que le habían regalado para Sant Jordi. Tenía la mala costumbre de doblar las hojas y no colocar puntos de lectura. Pero no encontraba ninguna esquina doblada así que debió buscar donde se quedó la última vez. Encontró el párrafo donde el hijo traiciona a su padre el mismo día que empieza la guerra. Lo comenzó a leer por azar, muchas veces leía desordenadamente una novela. No sabía por qué “El tambor de hojalata” le estaba costando, cada frase era como un peldaño que debía subir y que no comprendía. Pero generalmente era así con todos los libros.
Empezó a fumar. El humo se doblaba entre las páginas como un oleaje enfadado. Su mirada se congeló en un punto muerto. Era una fotografía de una joven morena, de piel como el estaño, labios carnosos y ojos de forma de aceituna y color almendrados. Le desconcertaba cada vez más aquella muchacha. El cigarro ya consumido se cayó despacio al suelo mientras Daniel se levantó del sillón y se acercó para apreciar mejor aquella fotografía. La cogió y comenzó a mirarla. Jamás la había visto en su casa. Se extrañó pero la dejó en su sitio.
Sentado otra vez en el sillón quiso retomar la lectura, pero descentrado empezó por donde el personaje es modelo jorobado y no quiere saber nada del pasado, de los recuerdos.
Daniel levantó la cabeza para reflexionar sobre lo leído. Pero como antes su mirada se detuvo ante aquel rostro desconocido por él. Sus ojos rastrearon la habitación llena de fotografías. En todas estaba aquella mujer desconocida; sonriendo, seria, abrazada a él. Besándolo.
Le entró un pequeño mareo sujetándose en una mecedora. Su cara se contrajo, jamás había visto tal mobiliario en su casa.
Se comenzó a plantear si aquella vivienda era la suya. Suspiró de forma extraña con los dientes juntos enseñándolos. “Seguro que he puesto aquí la mecedora, cuando debería estar al lado de la ventana que es más apropiado. Y si estuviera en otra casa también me encontraría esta misma mecedora ya que toda la gente compra sus muebles en el mismo sitio, IKEA”.
Andó no muy convencido de lo que había pensado. Quería ir al lavabo para tomarse una aspirina para que le disuadiese de aquel dolor que cada vez le estaba aumentando como un martillo machacando piedras en un acantilado con grandes olas blancas en su cabeza. El pasillo era demasiado largo. Más largo y estrecho de lo normal. Caminaba despacio y es cuando se dio cuenta de que la puerta del lavabo estaba en su mano derecha cuando él recordaba con seguridad que estaba en la izquierda. La estructura de la casa había cambiado por completo. Como un gran mecano, las paredes, las puertas, las ventanas se habían movido a su antojo.
Entró asustado al lavabo, cerró la puerta y los ojos, intentando aliviarse pensando que lo que sucedía era un sueño. Tal como ocurría en las películas americanas de suspense o aquellas novelas existencialistas francesas de posguerra. Cuando Daniel abrió los ojos aún continuaba en aquella telaraña de problemas. Se había acentuado ya que los azulejos que dejó en la memoria no eran los mismos que los que en ese mismo instante estaba contemplando. El verde intenso se había convertido en un blanco inmaculado e impoluto. Daniel se enjuagó la cara con agua e inmediatamente se la secó con una toalla tirada en el bidé. Le costaba respirar cada vez más. Al final se miró en aquel espejo sencillo sin marco colgado en la pared. Su rostro estaba difuminado, como si hubieran esparcido vaho. Era imposible ver con claridad. Sus manos intentaban limpiar la opacidad, llegando al extremo de arañarlo. Pero cualquier esfuerzo era nulo, el rostro estaba envuelto en una nube que impedía ver su identidad.
Daniel comenzó a gritar de forma muy enfurecida. Voceaba e injuriaba. Salió del lavabo. El dolor de cabeza había aumentado de forma considerable. Como un ser irracional comenzó a romper papeles y tirar cualquier objeto que había por en medio. Sus frases ya no eran coherentes sino que eran un cúmulo de ladridos.
De repente paró su mecanismo de rabia, alguna cosa no funcionaba bien en su cuerpo. Tenía la sensación de que un poblado de hormigas invisibles corrían desesperadamente por sus manos. Respiraba cada vez más rápido y al mismo tiempo con más dificultad. La marabunta subía por los brazos llegando a la barriga. Aquella sensación de hormigueo se apoderó de toda la cara. Fue cuando Daniel se asustó y fue en ese justo momento cuando quiso pedir ayuda. Pero las extremidades y la lengua comenzaron a doblarse y entumecerse. Y es cuando se cayó al suelo desmayado.
De píe en la ventana después del percance que había tenido, se había calmado. Pero el problema de las ubicaciones de la casa y del espejo ahumado continuaba. Tragaba con fuerza saliva. Tenía una sensación de descontrol de la situación al no poder manejar todo aquel embrollo inexplicable a su razón , de sobreesfuerzo inhumano y sobretodo de impotencia.
Bajó a la calle a despejarse e intentar salir de aquella locura en que se había convertido su cabeza. Las miradas anónimas de los transeúntes que no le sugerían nada comenzaban a molestarle. Iba descalzo, pero no se daba cuenta. Sólo quería una explicación a todo lo que le estaba sucediendo.
Otra vez comenzó a injuriar como un loco, la gente se paraba a ver aquel espectáculo. Daniel ya había pasado de largo la línea roja ya que no sabía como se llamaba, ni quien era, ni donde estaba. Sus gritos eran de desesperación de un náufrago que pierde por completo todo en el hundimiento de su memoria.
Comenzó a correr por las calles llegando a perderse. Sus gritos eran escalofriantes como un cuchillo cortando el hielo en plena noche de enero.
La luz anaranjada de las farolas ya alumbraban las calles nocturnas de la ciudad. Daniel estaba acurrucado en una esquina meciéndose y gimiendo como un animal abandonado a su suerte. Sus ojos volcados en lágrimas impedían ver algo. Entonces empezó a escuchar voces, entre ellas la de una mujer que a continuación le acariciaba el cabello para relajarlo.
- Tranquilo Daniel- Susurraba aquella voz.- Nos iremos primero al hospital y después a nuestra casa.
Daniel abrió los ojos, lo primero que vio fue aquella cara femenina de aquellas fotos que le había perturbado por primera vez. Y después descubrió un grupo de gente con bata blanca que hablaba en voz alta pero que no podía entender nada y la policía a su alrededor que estaba acordonando la calle.
Otra vez aquella chica le susurró con mucho cariño:
- Has tenido una crisis de amnesia. Te han dado unos medicamentos para comenzar a recuperar la memoria. – Sonrió aquella cara armoniosa.- Es buena señal que hayas empezado a reconocer rostros como el mío. Hace poco te has referido a las fotografías que tenemos en el comedor. Hasta ya recuerdas mi nombre.
- ¿Cómo, si no sé quien eres?
- Hace unos segundos lo has pronunciado. “Sonia, otra vez no por favor” todo acongojado.
- Es muy extraño todo.
- Tranquilo que ya vienen los enfermeros que te llevarán al hospital. Dentro de poco estaremos en la cama durmiendo y mañana será otro día.
Daniel cerró los ojos en la camilla mientras se adentraba en la ambulancia.
Estaba ya más tranquilo en casa, ahora en un hogar que reconocía a la perfección, acompañado de su mujer, Sonia. Aquella muchacha de piel morena que estaba retratada con él en varias fotos puestas en los muebles y en la pared.
- Muchas veces tienes estas crisis de amnesia.- Sonia comenzó a explicarle.- Son extraños ataques que te dan y comienzas a olvidarlo todo. Al ser un caso tan excepcional los neurólogos indicaron a tu familia que gravase toda tu vida. Así tus padres comenzaron con la super ocho y siguieron con cintas de VHS. Siempre llevas una pequeña cámara en la solapa de la camisa que graba todos tus actos, además tu oficina y las autoridades nos ayudan con sus videos de seguridad.
Ahora toda la información está almacenada en el disco duro del ordenador y en los penraif. Aquí tienes el del día de hoy. Podrás ver toda la secuencia desde que te has levantado hasta las doce de la noche. Te veo un poco desconcertado. ¡Tranquilo, viendo los videos te ayudará a refrescar tu memoria! Puedes ver más días, pero recuerda que mañana tienes que trabajar.
La mujer besó a Daniel y se fue a dormir dejando a su marido en la mesa ante el ordenador encendido y el lápiz de memoria al lado. Las manos de Daniel cogieron como una barita mágica el pendraif e introdujo la parte metálica en la rendija del portátil. Comenzó a ver hora por hora el día que había vivido. Cuando empezó a llover a la salida del edificio rojo y subía a un taxi cruzando toda la ciudad. Vio sorprendido como él se encaraba con el taxista.
- No voy a pagar por haberme llevado por una calle llena de atascos. Debías haber conducido por las calles paralelas que estaban más descongestionadas.
- La única vía era esta. Así que deberá pagar o sino hubiese pensado antes de subir en un taxi.
- No me da la gana, perro sarnoso.
- Sal de este coche, facha.
Daniel abrió una ventana en el escritorio del ordenador donde se podía apuntar las horas. Escribió “15:11 a 15:19 horas”. Con tranquilidad su dedo apretó la tecla de suprimir. Aquella discusión con aquel taxista ya no existiría y si algún día quisiera ver aquel día no vería lo sucedido en la pantalla del ordenador.
La secuencia acababa con Daniel saliendo del taxi con un ligero movimiento de mano como si pagase al conductor.
Se levantó tranquilo con ganas de ir a la cama. Mañana sería otro día duro. Otro día donde acabaría por la noche ante el ordenador manipulando su historia.

lunes, 20 de julio de 2009

ESCAPAR DE LA CIUDAD


- Siempre quiero escapar de la ciudad. Me ahoga como un amante perverso. Poco a poco me consume. Pero cuando voy a a salir de sus garras ya es demasiado tarde me tiene enganchada como una drogadicta.
Pero un día haré las maletas saldré con mis tacones rojos de aguja y jamás voloveré a sentir esa letanía monotona que ejerce sobre mis venas las calles envenenadas de la maldita ciudad.

Fotofrafia de Prenzlauer Berg - Berlín- septiembre 08

sábado, 18 de julio de 2009

BERLIN O UNA CHICA GODARD


- Relato escrito en 2004 y 2005, este relato y los siguientes que publicaré de esta época se agrupan en Antes que se abra la puerta.

Alicia o Berlín como a ella le gustaba que la llamasen estaba acostada en su cama. Veía con tristeza la grieta que había en el techo. Cada día era más grande y como la boca de un lobo pensaba que un día se la comería y no dejaría rastro de su pobre existencia en aquella mísera casa.
Con sus trece años su cara de nácar que cada día se apagaba como una bombilla, sus mechones que en ese momento acariciaban sus labios que en un pasado fueron de oro se estaban convirtiendo en una espesa masa marrón sin brillo alguno. Sus ojos azules como las aguas de un estanque dorado se estaban transformando en un pantano gris a causa de ver tanta melancolía. La piel de los labios se desfloraba y con sus dientes blancos se las arrancaba entonces pequeñas gotas de sangre brotaban de la heridas que se depositaban en la barbilla. Aún conservaba su piel suave como la piel de un melocotón pero ya se notaba que esa belleza púber pronto se esfumaría.
Se imagina que se tiraba por un acantilado donde le acariciaba con espinas el mar negro. Las olas la engullían como si de una muñeca de trapo se tratase. Los espectros de su infancia la agarraban de los píes para ahogarla en el fondo y profundo de las aguas congeladas su existencia, las manos de su madre alcohólica y de padre maltratador con el sexo femenino la empujaban a ese abismo de nulidad absoluta.
Necesitaba un salvavidas para tanta mediocridad, voces con odio acumulado y tristeza. Necesitaba una escapatoria a su vida. Su existencia se centraba en aquella habitación con esa raja en el techo. Era una prisionera entre paredes de humedad y moho, cucarachas volando entre el colchón viejo y el sonido estrepitoso de la televiones de sus vecinos.
Puso un anuncio en el periódico y enseguida contestaron.
Berlín iba por las calles melancólicamente, se tropezaba con toda la gente que iba a sus trabajos o que paseaba turísticamente en aquel día de invierno frío. Estaba en medio de grandes avenidas repletas de coches, de tiendas con maniquíes vestidos con trajes caros de palomas negras comiendo basura delante de hoteles de lujo.
Entró en un edificio de la Rambla Cataluña. Subió por un ascensor que parecía una caja de cerillas de madera. Tocó el timbre y le abrió un señor de mediana edad con el pelo canoso, de aspecto saludable y elegante. Enjuto casi rozando a una línea hizo pasar a Berlín a su casa. En su boca sujetaba con ansiedad un cigarrillo que desprendía un olor de alquitrán dulzón que inundaba toda la estancia. Tanto uno como el otro no se presentaron. Estaban en el comedor donde el hombre se sentó en un gran sofá antiguo y Berlín se quedó de pie en medio. Veía con celosía esa casa tan espaciosa decorada con buen gusto, en el cual toda las paredes estaba inundadas por estanterías llenas de libros. La niña no se fijaba en el aspecto del hombre, del propietario de todas aquellas maravillas porque era más importante el contenido de la casa que el propio habitante. En cambio el señor sabía que esa muchacha no tenía dieciocho años como quería aparentar, pero le daba igual.
El propietario se desabrochó la bragueta y le mostró a Berlín todo su sexo. Era la primera vez que veía algo parecido aunque no le dio ningún ya que su cabeza tenía un objetivo muy claro; escapar de aquella prisión. Se quitó toda la ropa y se quedó con sus pechos aún no desarrollados a la vista del propietario de todos aquellos libros. Se arrodilló y con su lengua comenzó a lamer el falo erecto desde el tronco hasta la misma punta. Primero de una manera armónica y después frenéticamente hasta que su boca se llenó de una leche espesa, blanca y caliente. El propietario comenzó a jadear como un animal y acariciaba ansiosamente la cabellera de Berlín. Ésta no decía nada y estaba muda ante el hombre. Sabía el papel que estaba realizando en ese teatro y tenía que actuar tal como él quisiera. Ella sabía que le gustaba las niñas cuando más jóvenes mejor, sentir entre las piernas la juventud perdida.
Cuando acabó el servicio el señor propietario de todo lo que veía le dio veinte euros, lo cual Berlín se decepcionó por la escasa cantidad de dinero que le daba, esto fue una experiencia para más adelante , en un futuro debería pedir con antelación la nomina que ella pusiera.
Estaba en su casa sentada en el suelo en una esquina llena de polvo y leía con toda atención el libro que se había comprado con los veinte euros. “Cuentos completos de Chejov”.
En la primera hoja escribió “ He escapado de una celda de locos pero seguramente que he entrado en un mundo dominado por ellos. Sé que no habrá escapatoria pero lo intentaré hasta que me muera para conseguir un trozo de felicidad”. Era su cumpleaños y ese libro era el único regalo que había recibido.

viernes, 10 de julio de 2009

PIORREA




Sería la última vez que se vería libre.
Ula se observaba atentamente ante el espejo. Se acariciaba con suavidad su pelo negro largo. Después con sus dedos comenzó a palpar el contorno de sus ojos. No veía ni una arruga. Con sus treinta un años se contemplaba completamente joven capaz de comerse el mundo entero, con más energía que cuando tenía veinte años.
Ula se había puesto un vestido negro acompañado por una gabardina y en su cuello llevaba un pañuelo de estampado floral.
Ese día el centro comercial estaba repleto de gente. Todo el mundo gritaba y gritaba queriendo gastar el salario que había sido ingresado el día anterior. Por las escaleras automáticas bajaban y subían los consumidores con sus bolsas de la compra. En los múltiples pasillos que había en el local que estaba situado el supermercado, las parejas miraban atentamente las cajas de alimentos, miraban con especial atención el precio y la caducidad. Mientras en esos pasillos rectos de estanterías repletas de comida el sonido de los megáfonos sonaban la música atentamente clasificada para consumir de una forma agradable. Intercalaban la voz desgarradora pero al mismo tiempo dulce de Amy Winehouse con la música del dinero cayendo de máquinas de Pink Floyd. Lo importante era coger los productos y ponerlos cuidadosamente en el carro metálico. La mirada pérdida de los hombres o de anonimato de las mujeres siempre en silencio o comentando con frases cortas y secas la compra hecha, se perdían en la multitud de la masa que se dividía en diversas colas para pagar. La cinta negra mágicamente exportadora llevaba la compra hasta una chica joven que había emigrado de Sudamérica y que recogía los productos para que el rayo laser rojo leyera los códigos de barra para después de una forma automática dijera lo que costaba. Todos salían con bolsas de plástico de aquel almacén a calles cubiertas repletas de tiendas de ropa o multicines para seguir el mismo ritual de gastar en aquel espacio de recreo del consumo que era el centro comercial.
Y en toda esa confusión de gente estaba Ula mirando una tetera ante una chica de rasgos agraciados. Continuamente miraba la tetera. Le gustaba y estaba dispuesta a pagar lo que le dijeran.
En aquel cuarto de hora ni Ula ni la dependienta entablaron ni una pregunta. Solamente Ula contemplaba con detenimiento aquella tetera. No había visto algo tan hermoso. La mitad superior estaba pintada con flores de pétalos que caían de forma sigilosa a un fondo de color marfil, que era la otra mitad. Era como si fueran flores en un estanco de agua reflejada por el sol de un atardecer tibio de invierno. Después se dio cuenta que la tetera no iba junta sino que iba acompañada de tazas, de un azucaredo y una pequeña jarra para la leche. Si se veía de lejos era como ver un pequeño jardín de petalos encaracolados de diversos colores. Ula ya soñaba con algún té para aquellas visitas especiales. Mientras miraba atentamente todo el conjunto la dependienta le preguntó de forma educada.
- ¿Quiere que le ayude en algo?
Ula pensaba que la tetera y todo el juego eran una antigüedad, que sus propietarios lo habían guardado y ahora por casualidad estaba a la venta al público en aquella tienda de aquel enorme centro comercial que vendían todo tipo de tés y artilugios para esta bebida. Soñaba que aquella tetera era de los años cincuenta.
- No; auque no va mal equivocada es una reproducción exacta que se ha hecho. Era el juego completo de tazas y tetera de un duque inglés o de algún escritor francés. Me da la sensación que me dijeron que era de …- La dependienta estaba callada pensando en adivinar en el nombre del duque o del escritor.- … ¡ Qué más da! Lo más importante es que puede comprar esta exclusiva tetera con grabados típicos de los años cincuenta tanto aquí como en Londres como en Estambul.
Está fabricada en China. Si hubiera sido una antigüedad sería imposible que estuviera en esta tienda. - Una larga sonrisa surgió de la cara de la dependienta. Era una cara redonda, con mofletes rosados y pelo rubio con rizos imposibles que se los recogía con un enorme pasador marrón casi roto.
- Aunque mi hebilla rota de pelo está hecha en China, no todo lo que se hace en ese país es malo. - dijo la chica con un ligero acento porteño.-Por ejemplo esta tetera y su conjunto es de una gran calidad.
Mientras hablaba la dependienta la cara de Ula expresaba un descontento enorme en el cual le causaba ganas de marcharse de aquel habitáculo que servía como tienda. Pero sabía que si no compraba, en su casa acostada en la cama tendría una angustia rozando la obsesión pensando en la imagen del primer momento que vio la tetera en el escaparate de aquella tienda diminuta.
- ¿ Cuanto vale?- Dijo Ula con tono ansioso.
- Mil euros.
Ula abrió los ojos de forma desorbitada. No se esperaba que valiese tan caro la tetera, el azucaredo, la lechera y las tazas. Así que se lo repensó y preguntó otra vez a la dependienta.
- ¿Y si me compro sólo la tetera, a cuanto me sube?
- Le saldría por unos cuatro cincuenta euros. – Ula continuó con su cara de sorpresa. La dependienta continuó hablando.- No se asuste. Pero puede ser una buena inversión. Hay mucha gente que ha comprado sólo la tetera y después la ha vendido por más precio como objeto de decoración. Lo sé a ciencia cierta. Yo no tengo plata para comprarme ni siquiera una taza. Pero sino me lo compraría todo el lote. ¡Es tan relindo!
Ula se lo estaba pensando de comprar el lote o irse a su casa. Pero la tentación le llamaba con sus ojos reflejados fijamente en la tetera y todos sus complementos. No sabía que hacer.
Al final se decidió y le dijo a la dependienta:
- Me lo compro, pero debería sacar los mil euros en alguna oficina bancaria cercana. ¿Sabes alguna que alla por aquí?
- Por supuesto. Detrás del gran rascacielo en forma de obús hay otro edificio alto. Allí deberá preguntar en que planta está la oficina bancaria. Mientras va a sacar el dinero yo envolveré todo el lote. La espero todo el tiempo que sea necesario.
Ula salió del centro comercial. El viento cada vez era más fuerte. Los árboles se doblegaban al son de los latigazos de las ráfagas del fuerte aire. Ula cruzo la avenida entre los coches y los tranvías. Detrás del rascacielo como un obús había grandes solares para construir rascacielos y unos cuantos edificios de fachada de vidrios. En ese momento se perdió no sabía a cual debía subir. Las calles estaban vacías y no había nadie. Continuó caminando y fue directa a uno de esos rascacielos de color transparente. En un rincón había una gran puerta de entrada del edificio con un señor con una americana fumando. Parecía un gran ejecutivo, le preguntó.
- ¿Es aquí la oficina bancaria?
Ula se dio cuenta que aquel señor no era ningún ejecutivo sino era un guardia de seguridad que vigilaba aquella torre de ventanales de cristal. Éste comenzó a reír.
- Todos los rascacielos están vacíos. Hasta el que yo vigilo sólo hay paredes gruesas de porspan. Si quiere ir algún lugar donde haya gente deberá ir al de a lado y subir hasta la décima planta. Allí verás un hombre trabajando y puede ser que sea la oficina bancaria que está buscando. Aunque ya le digo que todos estos edificios están vacíos para alquilar o para vender. – Continuaba sonriendo.- Tenga cuidado el temporal de viento cada vez será más fuerte. Pueden llegar ráfagas huracanadas.
Ula ya caminaba sin escuchar lo que le decía el guardia. En realidad debía tener cuidado con el viento ya que las motos se habían volcado al suelo y algunas barras metálicas de obras de solares vecinos iban solas por las calles como si espectros fantasmales las manejase sin ser vistas por la única persona que iba por la calle; por Ula.
Al entrar en el edificio de cristal azul como le indicó el señor de seguridad del otro edificio, se dio cuenta que todo estaba en obras o mejor dicho que hacía tiempo estaban de obras pero que lo habían abandonado sin acabar el trabajo. Así estaba esparcido por todas partes materiales de construcción; tornillos, martillos, cajas. Entre el polvo del abandono pasó Ula y fue directa al ascensor.
Tal como le dijo el señor de seguridad bajó en la décima planta. Al abrirse la puerta Ula se quedó más sorprendida que todo lo visto en la entrada del edificio. En el suelo hasta llegar hasta todos los rincones estaba invadido por pilas de hojas y carpetas de diversos colores. No había ni una pared sólo se podía verse una gran sala rodeada de ventanas de vidrio donde fuera ya era el exterior. Ni siquiera había fachada tradicional pensaba nerviosa Ula, sólo había ventana más ventana separadas por un finísima viga de hierro. La sensación que tenía la muchacha era vertiginosa y que todos los elementos de aquella enorme oficina incluida ella se irían desprendiendo poco a poco volando primero por los cielos hasta llegar al suelo quebrándose todo en mil pedazos.
Cuidadosamente Ula iba caminando entre las pilas de papeles hasta que una voz masculina, ronca y áspera le llamó la atención:
- ¿Qué quiere señora?
Ula giró su cabeza hacía donde provenía la voz y vio un hombre de su edad pero su apariencia era de unos cuarenta y cinco años y sobretodo lo que más le sorprendió a Ula fue la enorme barriga puesta en aquel cuerpo de cabeza pequeña, brazos delgados, piernas enjutas … que tenía el hombre y que era imposible de disimular con aquel traje elegante de estilo italiano. A final Ula contestó con otra pregunta.
- ¿Es la oficina financiera?
- Sí. Pero venga por donde yo le indique, estaremos sin pilas de papeles y más cómodos.
En el rincón donde llevó el hombre a Ula era un rincón con una mesa de madera con un ordenador y con dos sillas y a su alrededor continuaba con las mismas pilas de papeles y carpetas. Ula las miraba con extrañeza y miro al hombre para que le diese una respuesta a todo aquel desorden.
- Todos se asombran pero debería ir a los juzgados. Es allí donde hay más papel acumulado. Cada vez hay más morosos y despidos de trabajadores lo cual hace que se dispare la demanda de papel.
El hombre hablaba de forma diplomática pero entrelíneas se podía observar un tono de voz socarrona como instando a todos sus clientes que él era el que siempre dominaría la relación.
- Me llamo Señor Monedero y soy el nuevo director de esta oficina bancaria. Le atendré con todo el gusto - El Señor Monedero estrechó la mano de muchacha mientras su sonrisa sintética ofrecía su mejor dentadura de hiena e invitó a ésta que se sentara cómodamente y empezara a explicar su problema.
- Quiero pedir mil euros a esta entidad financiera. Es una cantidad pequeña y la puedo devolver en pequeños plazos. – Ula se puso muy nerviosa al ver que a continuación debía explicar porque quería los mil euros. Por una razón incomprensible se atascó en su discurso y comenzó a tartamudear. Sacó de su bolso el carnet de identificación y se lo dio al Señor Monedero, éste se lo había pedido mientras ella estaba hablando de su pequeño problema - Quiero esos mil euros para comprarme un juego de té.
- Veo que usted no está en ninguna lista de morosos – dijo el Señor Monedero mirando atentamente la pantalla de su ordenador.- Eso es buena señal.
- Entonces … - Dijo de forma dubitativa Ula, sonriendo de forma ansiosa mostrando sus dientes superiores.
- Entonces nada. - Dijo con un tono neutral el Señor Monedero que miraba constantemente la pantalla como si allí estuviera la clave que pudiera solucionar los problemas de Ula.- Ursula Fernández; trabaja hace más de siete años en dirección de empresa de una farmacéutica para la depresión nerviosa. Está soltera y su domicilio es el de sus padres. No tiene coche por lo tanto me imagino que viaja en tren o en metro por la ciudad. Pero lo más importante de toda esta lista de información que estoy leyendo es que su trabajo no está en peligro. Es una trabajadora no temporal. - La cabeza de Ula afirmaba constantemente lo que le decía el Señor Monedero.- Debemos hacer toda estas averiguaciones ya que antes éramos más confiados y dábamos el dinero a toda la persona que venía. Y nosotros muy tontos se lo dábamos y ahora me puede decir dónde está esa gente. No nos devuelven ese dinero porque son unos pobretones.- El Señor Monedero comenzó a reír.- Esas personas que venían para pedir dinero han llevado un estilo de vida impropia para su clase social. Son pobres y han vivido como ricos. Es ahora que les viene el problema y por lo tanto deberán asumir la realidad.
- ¿Qué realidad me está hablando?- Preguntó Ula no sabiendo muy bien a lo que se estaba refiriendo con esa última frase.
- En que ellos han vivido en un rodaje de una película americana y ahora se ha acabado el rodaje.
Ula le miraba fijamente y se mordía con fuerza sus labios ya que no podía esperar más la decisión del Señor Monedero de si le concedía el dinero para su tetera, las tazas, el jarro para la leche y el azucaredo. De forma muy cordial para que no se enojase el hombre le preguntó con voz muy silenciosa para no despertar malos augurios.
- ¿Soy apta para que esta entidad financiera me conceda los mil euros?
- Si. Es una gran afortunada. No damos el dinero a cualquiera que suba a esta oficina y nos lo pida.
El señor Monedero sacó de un cajón unas hojas. Unas fueron a parar a las mano de Ula y las otras se las quedaba el hombre. Ula vio que todo el documento estaba escrito con un estilo de letra diminuta que sólo se podía apreciar con lupa. No quiso decir nada por prudencia pero estuvo a punto de quejarse que necesitaba unas gafas de aumento para leer todas las normativas y pactos que había en el contrato.
- ¿Está conforme con todo lo que se dice? Si es así deberá firmar todas las hojas donde aparece su nombre.
El señor Monedero le ofreció un bolígrafo de color azul y acto seguido la chica comenzó a firmar.
El banquero comenzó a reír cerrando los dientes como si fuera un carnicero justo después de haber degollado al vacuno en el matadero. Se acariciaba su enorme barriga como una bolsa rellena de billetes a punto de explotar.
-¿ Qué le pasa?
- Hace más de tres semanas que no he dado dinero. Sólo se lo doy a funcionarios titulares que me aseguren bien que no voy a perder.
- Me podría dar algún documento que certifique que el banco me ha prestado el dinero ya que debo ir a comprar el juego de tetera.
Hubo un silencio intenso.
- Antes deberá ir a un lugar.
- ¿Qué lugar, yo pensaba que estaba todo arreglado y que podía comprar lo que yo quería?
- En este sistema no hay nada gratis, hasta el alma del diablo tiene su precio. Usted cree que le vamos a dar el dinero a cambio de nada. Siempre hay un pequeño sacrificio que usted debe realizar. Debe de ir a esta dirección que le indicaré ahora y allí deberá hacer todo lo que le indique el Señor Mortgage.
Ula caminaba por las calles, casi se podría decir que volaba ya que había arreciado de forma severa el viento. Los árboles arrancados como de una batalla natural estaban cruzados en la aceras al igual que la ropa que estaba tendida en los balcones o en los terrados y habían caído al suelo. Las macetas iban por el cielo al igual que el mobiliario; sillas, mesas o televisiones.
A llegar Ula a la calle Comerç entró en un portal sin luz y subió las escaleras deprisa dejando el aliento detrás como si fuera una carga pesada. Entró en el piso que le había indicado el Señor Monedero. El piso era grande y angosto lleno de pasillos por todos los sitios hasta que descubrió una gran sala donde pudo sentarse tranquilamente en un sillón de terciopelo verde. A su alrededor había como ella, gente de todas las edades que estaban esperando al señor Mortgage.
Ula no sabía que iba a hacer en aquel lugar y que papel en toda aquella historia iba formar aquel señor de apellido tan exótico.
En la sala todos estaban callados y esperaban su turno de forma resignada y paciente. Miraba absorta el minutero del reloj mientras se acariciaba nerviosamente su cuello. Observó que había libros muy antiguos en todas las estanterías que decoraban las paredes del salón. Cogió uno y comenzó a ojearlo. Había ilustraciones de toda clase de tulipanes, bulbos y el coste de éstos que eran desorbitados. Debajo de los dibujos estaba escrito la fecha en que se había pintado. Hacía más de trescientos años. Lo dejo en su sitio y se sentó otra vez en aquel sillón de terciopelo verde. Miraba a todas aquella gente que la rodeaba y que parecían muñecas de cera; blancas. Cuando pasó más tiempo allí sujeta a la espera que vinieran y le explicaran que debía de hacer en aquel lugar, lo que más le sorprendió fue la falta de dientes de todas aquellos individuos.
- La Señora Ula. Ya puede entrar el Señor Mortgage la está esperando en su sala de visitas. – Dijo una muchacha que sonreía con dientes con fundas de oro.
Ula entró sorprendida por aquella escena que no había visto nunca, oro en la boca. Al cerrar la puerta vio por fín al Señor Mortgage.
Su cara alargada de color grisáceo, con ojos de almendra miraban con detenimiento botellas de formol llenas de dientes. Su cuerpo estaba cubierto desde los tobillos hasta el cuello por una bata blanca. Le hacía un aspecto raro y extraño como salido de otro mundo.
- Usted es Ursula. Ya me han avisado la entidad financiera que vendría.- Comentó el hombre mientras se probaba varios guates de látex. Ula se paralizó de horror de los dientes del hombre ya que eran todos colmillos.
Había escogido los guantes apropiados de color rojo y con fuerza abrió la boca de la muchacha para inspeccionar. Hubo un grito de dolor.
- ¡Sumisión! Nadie se queja.- Dijo el hombre de forma loca y con los ojos inyectados de rabia.- Todos se comportan de forma mansa y usted no será la primera que se queje en mi consultorio. Si tiene alguna queja en su casa se desahoga.- Después comenzó a reír de forma descontrolada hasta llegar a un punto que paró y con cara enfadada y seria le ordenó a la chica que se sentara en la única silla que había en la habitación Ésta obedeció.
- No hay anestesia así que notará unos pinchazos continuamente. Por favor como le he dicho antes no empiece a gritar.
El Señor Mortgage sujetó el labio superior de la muchacha y le clavó un aguja. Comenzó a coser con un hilo metálico. Cuando dio tres vueltas se llevó el hilo hasta un gancho que había en la pared. El rostro de Ula se semejaba al padecimiento de una persona que había tenido una embolia o una nefritis. Repitió la misma acción de hilar por varias zonas de labio varias veces llevando el hilo a los pequeños ganchos que había distribuido por toda la estancia. La expresión de Ula era de una sonrisa calavérica, sus labios habían desaparecido por completo.
- Nadie me pregunta como se llaman estos hilos. Y todo en esta vida tiene su nombre.- Le decía el señor Mortgage de forma indignada mientras sacaba de un cajón de madera todo el instrumental odontológico. – Se llaman hilos Farabeuf. La gente se queja que los de nuestro gremio tenemos nuestro argot por decirlo de esta forma. Pero sino tuviéramos un lenguaje propio y unos códigos desconocidos para la mayoría de la gente sería nuestra ruina.
Le puso una cánula en la boca que sustraía toda la saliva e inmediatamente comenzó a inspeccionar con un espejo la dentadura de Ula.
- No he visto algo parecido. No tiene ni una caries.- Sonreía contento con un punto de maldad. – Me indica el burofax de la oficina financiera que le debo de sustraer los dos incisivos superiores. Pero como tiene su boca sana le arrancaré éstos y uno de los caninos para ponérmelo en mi boca. Su esmalte es tan blanco que será un orgullo llevarlo y mostrarlo en público. Me mira con terror o mejor piensa que es una desgracia. Piense que hay gente que le debo de arrancar todo los dientes poco a poco y después si no llegan a lo establecido con el banco debo de comenzar con sus familiares. Usted es una afortunada ya que sólo son tres dientes y ya no me verá jamás – Sonrió - Jamás tampoco lo podemos decir, ya que si pide más dinero a la entidad financiera deberá venir y exponerse otra vez a mis manos.
De repente con un bisturí y un instrumento parecido a unos alicates intentó arrancar los dientes. Ula comenzó a gritar, sus manos a agarrarse fuertemente al cuero negro de la silla y sus ojos miraban a todas partes como si fuera la única vía de expresión que tenía en aquel momento de mutilación de su cuerpo. La sangre roja se esparcía por todas partes. El dolor era insoportable. Y en un arrebato cogió todos los cables metálicos los arranco de la pared llevándose por sí gran parte de carne de su labios. El rojo aumentó sobretodo en la cara del Señor Mortgage que comenzó a gritarle e injuriarle.
Ula comenzó a correr para escapar de aquella sangría
- No hay escapatoria.- Gritaba el hombre con los dos incisivos en la mano.- Aún te falta que me des el colmillo.
Ula bajaba las escaleras tropezándose y agarrándose a la barandilla. La iluminaba bombillas que se apagaban y se encendían. Una voz mecánica y desvirtuada pronunciaba todo el rato:
… El dinero es un acierto
no me vengas con esa mierda de
tonterías …


sábado, 27 de junio de 2009

COMUNA



Marta se preparaba como una actriz en su pequeña habitación. Se peinaba cuidadosamente y se maquilló. Con colores neutros, casi imperceptibles a los ojos de quien la viera. No sabía si elegir una camiseta negra o blanca. Al final eligió la primera ya que para la función que debía de desempeñar allí fuera debía de ser dura, más de lo que era. Se puso su vaqueros y las bambas favoritas que le regaló su hermano, unas Nike con velcro de estética ochentera.
Estaba ante la puerta de su habitación. Se concienciaba lo que iba decir y como lo iba hacerlo. Se estaba preparando sus gestos. Se acarició su cara y su pelo y por fin abrió la puerta como cuando el telón abre y espera un gran teatro para escuchar un gran monólogo. Sabía que debía de exagerar y ser histriónica porque su público lo demandaba y se lo pedía.
- ¡No soy vuestra madre! Que me vea regañando a mis treinta años a dos hombres es lo más patético que puedo hacer. Aunque es más triste que tenga que compartir casa con personas que no conozco de nada, porque no me llega mi sueldo para comprar o alquilar yo sola un piso.
¡No es escondáis como hurones!
No habéis pagado el alquiler y estamos en la segunda semana del mes. Nos van ha meter un puro y un desahucio por dejados y desidia. Yo por lo menos yo ya he ingresado mi parte.
Tu habitación huele y tú no te das cuenta. Desde que estás en el paro no haces nada sólo compones música que la cuelgas en tu myspace, pero que nadie la escucha. Limpia esta pocilga. Tienes libros que te llegan hasta el techo. Además no sé como has podido comprar tanto libros de Poe sino puedes comprarte ni siguiera un yogurt caducado. No ves Jesús que no puedes vivir así con tanto papel en el suelo, vas a asfixiar hasta las cucarachas.
¡¿Qué es lo que cuelga encima de tu cama!? Espero que no sea pelo de tu novia. ¿No serás fetichista o algo por el estilo? ¡Qué asco! Me estás diciendo que son mechones de tu propio pelo. No me extraña que Noelia no te quiera en su casa, no es por los ronquidos cariño sino es por todo el conjunto.
Además te recuerdo que debes limpiar el cuarto de baño. Esta semana te toca. ¡No es una amenaza mi amor; sólo es una advertencia! Y no te señalo con el dedo.
Ya era hora que saliera el segundo hurón de su escondite.
No me mires con miedo, no te voy a comer. ¿Habrás escuchado todo lo que he dicho a Jesús, pues la misma receta va para ti? Además a ti te toca la cocina. Para que lo sepáis yo no soy vuestra criada, ni he nacido para serlo.
¡Te he dicho mil veces, Carlos, que no invadas el comedor con tus playmobils! Este espacio es de los tres. Odio estos muñecos rígidos. Me gustaban de pequeña pero ahora me gustan otras cosas.
¡Pero te puedes mirar! Tienes la habitación llena de recuerdos de la infancia. Tienes todos los robots de Manziger Z y además sin consultar con nadie nos has colgado e impuesto para que lo veamos los que vivimos aquí un poster de “La guerra de las Galaxias”. ¿Qué es el cartel originario de hace treinta tantos años? ¡Gracias por recordarme que lo que invade la casa se llama vintage!
¡¡ Qué te han echado del trabajo hace cuatro días !! No entiendo nada. Seguro que para saciar tu depresión te has gastado un pastón ayer comprando un MacBook y un IPhone porque sino me quedo aquí tiesa.
Estoy frustrada.
Los tres estaban en el comedor. Marta sentada en el sillón se quitó el calzado. De a lado del sofá cogió una caja metálica y sacó una cajetilla de tabaco. Fumando miraba a sus dos compañeros.
- ¡Qué mal genio! Tú no eres así. ¿Qué te ha podido pasar? Para tu información tanto Jesús como yo ya hemos ingreso nuestra parte proporcional del alquiler - Dijo Carlos de forma cautelosa ya que no sabía muy bien como iba a reaccionar Marta.
La cara de la muchacha surgió una mueca de sonrisa discreta e inocente la que siempre habían visto los dos muchachos y todos sus amigos y familiares. Comenzó a hablar con un tono ligero y silencioso:
- Os pido perdón. Esta semana ha sido un infierno, nos han comunicado que la empresa donde trabajo se va a Polonia. Para San Juan más de cien personas estaremos en la calle. - Hubo un silencio .- Este verano tendré que comenzar otra vez de nuevo. Entrevistas, exámenes para ver mi actitud sumisa ante la empresa, conversaciones paras saber mi nivel de inglés, dinámicas de grupo. Una selección para conseguir el mejor y perfecto trabajador. Una selección copiada de los nazis para exterminar al más débil en los campos de concentración. - La sonrisa de Marta cada vez se iba apagando hasta que sus labios gruesos se convirtieron en una línea horizontal. Continuó hablando.- Algunos banqueros y empresarios se frotan las manos, los primeros consiguen dinero público y los segundos con la excusa de la situación económica catastrofista se aprovechan para deslocalizar empresas y llevarlas al este de Europa, tal como hicieron hace treinta años con las que había en Alemania llevándolas a Portugal o España. Todo para conseguir una mano de obra barata rozando lo gratuito y ganar más dinero. Dicen que cuando acabe esta crisis el capitalismo habrá acabado pero creo que cuando finalice todo este embrollo el mundo será más capitalista, más injusto, más sucio.
La radio, la televisión, los diarios continuamente te hablan de la crisis. Crisis. Sólo escucho esa maldita palabra. Estoy rozando el colapso.
- No estés continuamente pensando en estos temas. Si te vas a la calle te darán el subsidio de desempleo por un periodo de dos años. En ese momento habrás entrado en la gran empresa. - Dijo Carlos
- ¿En qué empresa?
- En el INEM donde hay tres millones de parados con su subsidio.
Marta comenzó a reír.
- Vive el presente porque el futuro no existe si vives angustiado. - Cantaba Jesús moviendo su cabellera negra.- Es una canción que he compuesto. Lo que debemos hacer es ir divertirnos por la noche de Barcelona. Hace tiempo que no vamos los tres a desfasarnos por las calles de esta ciudad que pide a gritos nuestra presencia.
Marta afirmaba con su cabeza y con una gran sonrisa enseñaba sus blancos dientes.

*

Cuando camino por la noche, y siempre me sucede, los colores de las luces de neón se potencian en mi retina. Las luces de los escaparates me encandilan llevándome a nuevos mundos, universos de fantasía. Los colores fluor que se sumergen de las esquinas me recuerdan a escenarios sacados de la película “Blade Raner”.
Todos por la noche somos animales artificiales. Vestimos de forma extraña para ser vistos.
Caminamos por la Ramblas.
Los paquistaníes nos ofrecen latas de cerveza por un euro. Le compramos y nos alejamos con rostro de alegría. Está caliente, pero me da igual. Esta noche quiero divertirme.
Está las calles invadidas de turistas. Vienen a la ciudad como aves migratorias cuando hace buen tiempo. Vienen a hacer sus despedidas de solteras, a comprar más barato en las mismas tiendas que están en todo el mundo y sobretodo a hacer sexo en algún lavabo de discoteca o en sus hostales saboreando el olor a sudor a sal del mar.
En la noche las voces se convierten en gritos casi violentos y sensuales.
Nos hacemos los tres fotos con el nuevo móvil de Carlos. Alzo la mano y comienzo a disparar. Nuestras caras forman ridículas expresiones. El flash nos ilumina entre las prostitutas que rodean la Iglesia de Belén. Después nos miramos en la pantalla táctil.
El estrepitoso ruido de un vaso roto de cubalibre a lado de mi tacón derecho rojo en el club musical llamado Fellini.
La música ya rozando la madrugada suena profundamente fuerte hasta conseguir reventar mis entrañas.
Suena música de hace más de dos décadas: OMD, Eruthmycs, Human League, Buggles … Salto, bailo, chillo, bebo, me drogo, beso, ligo, canto …
Al final suena “Material Girl”. Madonna canta de forma extrañamente aguda y sueño que un señor vestido de traje chaqueta me lanza decenas de diamantes a mi cuerpo moreno y desnudo.
Vamos tranquilamente a ver la salida del sol en alguna playa de la ciudad bajo alguna palmera. Bebiendo y fumando.
Me detengo ante un señor obeso que vende lotería en la salida de la boca del metro de Jaume I. Le compro un décimo.
- ¿¡Si ganas!? - Me pregunta
- Me compraría la Luna y cultivaría tulipanes negros.
Río, ya no siento mi cerebro.


viernes, 19 de junio de 2009

ERASE

Hacía días que mis sueños eran desiertos emocionales y estériles, fantasías en las noches más profundas. La culpa eran los ansiolíticos que eran verdaderas cadenas de somnolencias donde pasaba las horas durmiendo como un esclavo de Hipnos; dios de los sueños.
La tristeza se apoderaba todos los días un poco más de mi vida. Últimamente observaba en el balcón la vida en la calle como fluía, los rascacielos como se levantaban hasta el cielo azul, nubes de gaviotas volando, ciclistas cruzando el paso de cebra en la esquina de mi edifico … Mirando a través del cristal una cierta melancolía se apoderaba de mi cuerpo ya que estaba atrapado en el tiempo y en mi rutina. Deseaba estar en ese tejido urbano o mejor más allá de la ciudad donde el límite ya se difumina y empieza el jardín escondido de pinos. Pero no podía, un cansancio en mi ser continuamente se apoderaba hasta llegar hasta la extenuación.
Eran las diez de un domingo de febrero. Aunque cuando uno está sin trabajo cualquier día es domingo, perdiéndose en la noción del tiempo y en el minutero del reloj. Mi cuerpo estaba cubierto por el inmenso edredón blanco. Mis ojos verdes estaban abiertos mirando el techo. El sol se apoderaba de toda la habitación formando un decorado dorado y decadente donde era imposible que mi ser se pudiera levantar y comenzar a vivir la rutina. Me era imposible levantarme de mi cama y luchar otro día. Quería estar para siempre sepultado como una estatua de mármol debajo del calor del edredón y mi cabeza cómodamente apoyada en la almohada eternamente como si yo fuera algo inerte. No podía salir de mi escondite y vivir la dura realidad en aquel día tan luminoso donde el sol se había amplificado hasta adueñarse del último rincón de la habitación.
Mágicamente el sol despareció y mi habitación se convirtió en una verdadera estampa gris. Me levanté y me preparé un té mientras de fondo la televisión hablaban de economía, de cifras de precios, de producción, de recesión, de hipotecas.
Apagué radicalmente de mal humor la televisión, ya que no deseaba contemplar la música que cada día estaba escuchando.
Hacía una semana que ya no cobraba el subsidio de desempleo y los trabajos ofrecidos no podían costear el alquiler del piso.
- Como puedo vivir con un día con sol si soy un muerto que vive casi constantemente en la cama.
En mis labios sujetaba un cigarro sin encender mientras me acordaba de Marta. Un suspiro de tristeza me invadió mi rostro. Fui a un cajón a sacar el portátil blanco y lo conecté. Enseguida encontré la carpeta donde estaba las fotos de aquella excursión que hice con ella cuando éramos pareja.
Había ciento de fotos de ella y de mí entre el centeno moldeado por el aire de primavera, por una brisa suave que traía consigo una ligera lluvia. Me acuerdo perfectamente que empezamos a correr por el bosque repleto de hojas de un verde fluorescente recién nacidas. El olor a musgo era tan penetrante que aunque no quisiéramos se impregnaba por todo nuestra piel. Las gotas bombardeaban cada vez más y nosotros corríamos a un lugar seguro a refugiarnos. La casa de madera roja abandonada en el campo. Allí pasamos más de tres horas. No hicimos el amor apasionadamente como una historia romántica de Hollywood, sino que nos quedamos observando detrás de los cristales de las ventanas como la tormenta arreciaba y después se apaciguaba. Sólo hubo abrazos y algún que otro beso discreto hasta que nos dimos cuenta que el cielo estaba ya raso, donde el sol brillaba con toda la fuerza sobre la naturaleza y sobre nuestros rostros. Al salir de la casa roja comenzamos a hacer fotos. Proseguimos el largo camino del bosque lleno de árboles grandes y altos que casi eran brazos que tocaban con sus ramas el cielo azul eléctrico. En todo el camino Marta y yo no iniciamos una conversación, sólo nos acompañaba el sonido del viento en el cual las ramas y las hojas se frotaban formando la única banda sonora de nuestra excursión. Al finalizar Marta me abrazó fuertemente como jamás lo hizo.
Para mí fue uno de los días más felices de mi vida, un suspiro de tranquilidad y de armonía entre la naturaleza y yo, entre Marta y yo, entre yo y yo mismo.
Al mes un giro inesperado en Marta hizo que nuestra relación acabase amistosamente. Ella escapó de mí y se marchó a vivir con su abuela a Madrid. Escapó como ella bien argumentaba de las falsas promesas de eternidad que nuestra relación le daba. Quería escapar de la muerte anunciada de nuestro amor y soñar en lo permanente en otra ciudad, en otras calles, con otra gente y con otra vida.
Estaba perdido entre las fotos digitales soñando y recordando aquel día. Mis dedos daban al botón blanco, pasándolas detenidamente hasta que una desagradable ventana surgió en la pantalla de mi portátil. Se había borrado todas las fotos de aquella excursión por el bosque, aquellas de la casa de madera roja habían desaparecido. De forma descuidada mi dedo tocó una tecla y de allí al olvido y a la desaparición de todas las imágenes, de todo el tiempo retenido. Comencé a buscar en el disco duro si se habían salvado pero como en un naufragio se habían inundado en el fondo de una marea negra. Ya sólo quedaban mis recuerdos.
Tragué de forma forzosa saliva con sabor a bilis y a tabaco mezclado. Con mal humor cerré el portátil casi rompiéndolo. Allí estaba encima de la mesa la máquina blanca que me había quitado las fotografías para siempre, y en el cual estaba condenado a recordar hasta la muerte la casa de madera roja y el bosque de la excursión con Marta. Pero sabía a ciencia cierta que poco a poco esas imágenes irían desdibujándose hasta llegar a un punto de olvido donde todo estaría lleno de niebla y telarañas. Al pasar los años y las décadas esas imágenes llegarían a ser confundidas con otros recuerdos de Marta.
Miraba el cielo cubierto de nubes y me acariciaba de forma obsesiva la barba de tres días.
Quería recuperar las imágenes. Encendí de nuevo el ordenador y me conecté a internet para enviarle a Marta un e-mail. Era verdaderamente doloroso dirigirle algunas palabras. Desde nuestra separación no nos habíamos dicho nada y era frustrante pedirle unas fotos después de la ruptura.
Sentado delante del portátil empecé a teclear todo lo más rápido, sin pensar en lo que escribía, como siempre cometiendo faltas ortográficas cada tres palabras, el léxico no existía y expresándome con símbolos inapropiados formando un idioma ininteligible y fue en ese momento cuando mi manos se paralizaron y mi mirada se congeló en lo que escribía. Frases vacías, asépticas, sin sentimientos, aceleradas que se iban al mundo de la red para que Marta lo leyera lo más rápidamente y en unos días me enviara aquellas fotos que yo había borrado. Eliminado.
-¡Qué forma más torpe de entrar otra vez en su vida!
Me levanté y miré a la ventana y tuve la idea de escribirle una carta, en coger un bolígrafo y papel. Quería expresar todos mis sentimientos sin miedos, con todo el tiempo que desease, en mimar la carta tantas veces que quisiera, corregirla y releerla, y después enviarla. Era una idea descabellada una idea que me excitó. Hacía tanto tiempo que no escribía una.
Me senté y comencé a escribir.

“Querida Marta:
Hoy me ha pasado un desagradable hecho; he borrado las fotos de aquella excursión tan romántica en el bosque donde había una casa de madera roja. Si eres tan amable podrías enviarme copias.
Además todos estas semanas de ausencia he estado pensando mucho en nuestra relación.
Tu huída a Madrid porque lo nuestro no era eterno, me ha hecho reflexionar que nos sujetamos con hilos de papel que de un momento a otro se pueden romper. Somos muñecos de paja que estamos expuestos a las llamas. El amor ya no es como lo narraba Shakespeare, ni los trabajos son para siempre, ni los trajes son tan buenos que duraban temporadas y temporadas como nos explicaban nuestros padres o nuestras abuelas, los nuevos edificios de cristal y de ladrillo se pueden derribar sólo con una cálida brisa marina … hasta las fotos están compuestas por dígitos que en un momento dado pueden desparecer de tu ordenador para toda la vida.
A lo mejor porque nos hemos acostumbrado a lo fácil y a lo cómodo. Y es la hora de ir otra vez por el camino de recuperar la esencia de lo romántico, no descartando la sencillez de la nueva era.
Pensarás mientras estás leyendo estas frases que estás ante un verdadero loco. No es así. Me impresiona muchas veces que me haya olvidado por completo como es tu letra. Como haces las des o las tes; si son tan alargadas como los campanarios de la iglesias, si tus vocales son redondas como el algodón. Si tus frases son caminos tristes que van en dirección hacia abajo o hacia arriba como el vuelo de los pájaros.
La banda sonora de nuestra vida no puede ser tan fría salida de maquinas de alta tecnología, debemos escapar a un mundo donde los sentimientos sean más fuertes y sinceros. Donde nuestra banda sonora surja de los vinilos formado de microsurcos como nuestra arrugas por el paso del tiempo. Un sonido como tus frases; vivo.
Sólo en un mundo orgánico podremos durar.
Escapaste a Madrid porque lo eterno ya no existe, porque el amor desaparece de nuestras vidas. Pero recuperando aquellos momentos románticos las hojas caducas siempre son verdes y podemos huir de la frustración del tiempo monótono con fechas de caducidad donde a la larga se borra la música, las fotos, los recuerdos de nuestro ordenador. Huyendo por el camino de la imaginación podremos salvar nuestra relación.

Tu Compañero.

P.D: No te descuides de ver la retrospectiva que realizan del pintor Francis Bacon en el Museo del Prado. Es única. Sería una lástima que no pudieras contemplar la expresión de sufrimiento de este pintor y por causa de las prisas sólo lo pudieras ver sus cuadros en una simple imagen en internet.”

Me levanté contento después de escribir la carta. Busqué por toda la casa si tenía algún sobre para guardar la hoja. Debajo de una antigua guía de teléfonos había un sobre de color amarillo por el paso del tiempo. Mi lengua punteó la solapa de la carta para cerrarla. Después delicadamente me dediqué a apuntar mi dirección y la de ella. El sello lo compraría al día siguiente.
Me levanté y me fui otra vez a la ventana y observé el paisaje de la ciudad. Un paisaje lleno de grúas donde se estaban levantando a lado de la Plaza de las Glorias edificios y más edificios vacíos, sin vida. Coches en circulación que no iban a ninguna parte y que teñían el cielo de un velo gris. Bajé la mirada y por el carril bici una chica mulata circulaba con su bicicleta, con sus auriculares y su i-pod. Cantaba alguna canción de moda y efímera.
En toda la carta sólo había dicho una verdad; ninguna cosa era para siempre y la relación entre Marta y yo al igual que las fotos de la excursión de la casa de madera roja en medio del bosque estaban condenadas a borrarse y así comenzar otra vez otra nueva relación.
En realidad la salida fue romper la carta en mil pedazos y esparcirla como una nube de confetis para que se lo llevase el viento contaminado de la moderna ciudad.